
Aún conservo algunas cosas de nuestros días felices.
Fuimos ingenuos y olvidamos que aquellos días podrían terminar pronto.
No nos importó que todo fuera efímero: las flores, nuestros cuerpos jóvenes, el clima.
Fuimos insolentes, atrevidos. Nos daba lo mismo que el mundo terminara de bañarnos en sangre humana.
Nos entregamos al cálido abrazo de la muerte una y otra vez, con la esperanza de que nos llevára con ella.